11 horas de sueño
Óleo sobre lienzo / 65 x 100 cm
Es una de esas obras que, sin proponérmelo del todo, acaba hablando en cierta forma sobre mí mismo. La figura de la joven de pelo rizado, dormida en una cama rosa, aparece en continuidad con otras piezas de la exposición: los mismos tonos cálidos, los rosas y fucsias que ya han ido marcando un recorrido previo, pero aquí puestos al servicio de algo más íntimo.
Hay una fragilidad en esa postura que me resulta muy cercana, como si la pintura se convirtiera en un reflejo de la belleza encontrada en lo cotidiano. En la parte superior derecha, una planta sobrevive al lienzo gracias a un gesto de accidente y reparación: primero fue pintada, luego borrada con ácido y, al final, recuperada como cicatriz. Ese detalle, aunque mínimo, guarda el pulso de la obra, como si el error también formara parte de la memoria.
Me gusta verla como un cruce entre recuerdo y presente, un eco de obras que ya han aparecido en otras paredes de la exposición y que aquí vuelven, transformadas, en un descanso teñido de rosa.

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