Borrador de una Figura Quieta
Óleo sobre tabla / 130 x 89 cm
La escena se construye como un umbral, donde la figura parece habitar tanto la luz como la sombra. Una mujer mayor ocupa el primer plano con una presencia casi escultórica: el cuerpo erguido, la piel deformada por una elección cromática arriesgada, la mirada fija que transmite a la vez lucidez y desgarro. Al fondo, la misma figura aparece de espaldas, absorbida por un espacio sin salida, como si el tiempo se hubiera duplicado en una sola imagen.
La obra está trabajada sobre cuatro planchas de madera que marcan físicamente la fragmentación y la convierten en parte del la obra. Las texturas se construyen a partir de capas densas y transparencias, pero también mediante un proceso físico de maltrato al soporte: golpes de martillo y fricciones con piedra que levantan la superficie hasta dejar visible la madera en crudo en ciertas zonas del rostro. Ese gesto convierte la materia en memoria, y la herida del material en una metáfora de la fragilidad representada.
El gesto pictórico oscila entre la fidelidad al realismo y la libertad expresiva, recordando tanto a la intensidad de Golucho como a la contención de Antonio López. No se trata de un retrato en el sentido estricto, sino de una exploración de la pérdida y la vulnerabilidad: un cuerpo que resiste en su quietud mientras su reflejo se disuelve en la penumbra. En esa tensión entre figura y ausencia, entre presencia y desvanecimiento, la pintura encuentra su fuerza. La demencia aparece aquí no como un tema explícito, sino como atmósfera: un espacio suspendido donde la identidad se fragmenta, se duplica y se fuga hacia lo irreconocible.

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