Silencio Abatido
Óleo sobre tabla / 82 x 66 cm
Obra central de La llave del silencio, quizá sea una de las piezas con mayor carga emocional de toda mi trayectoria. Aquí la tristeza no se esconde: está en el gesto, en la atmósfera y en esa sensación de desasosiego que atraviesa a la protagonista. Es una pintura que considero especial no sólo por lo que transmite, sino porque refleja un momento de madurez en mi trabajo, un nivel pictórico que resume años de búsqueda y de evolución.
La escena es solitaria, marcada por un arriesgado juego compositivo que asocia un estado emocional frágil con un color vibrante. No hay oscuros ni tonos fríos: el verde intenso domina la obra, contradiciendo la idea de que la tristeza debe expresarse desde lo apagado. En ese contraste se abre un lenguaje distinto, donde lo cotidiano se carga de profundidad.
Entre los detalles, aparece una manzana en la parte inferior izquierda. Dejé ese fragmento en un estado más bruto, sin terminar, para que se entendiera como una cita directa a los bodegones de Cézanne o Gauguin. Es mi manera de reconocer que la pintura se construye siempre en diálogo con lo que ya ha existido, que cada obra nueva se alimenta de las anteriores.

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