Tres de la tarde
Óleo sobre tabla / 100 x 81 cm
Una mujer, de pie en un rellano, se apoya contra la pared junto a una puerta dañada. No sabemos si está a punto de entrar, de salir o simplemente de esperar. La incertidumbre de ese gesto cotidiano concentra buena parte de la carga emocional de la obra: es un instante detenido en el que cualquier cosa puede suceder.
El ambiente está teñido por tonos cálidos, ocres, amarillos, naranjas, que envuelven la figura en una atmósfera intensa, casi sofocante. Pero lo más llamativo está en el propio soporte: la puerta rota que aparece en la pintura lo está también en la realidad. La madera fue destruida a golpes, y esa violencia física se convierte en parte inseparable de la obra. La pintura se abre así a lo real, como si la fragilidad del momento necesitara ser subrayada por la materialidad misma del daño.
Fue también una de las piezas destacadas de La llave del silencio, y una de las que más me interesa a nivel personal. Hay algo en esa escena mínima, cargada de duda y de tensión, que resume bien lo que busco: que lo sencillo se convierta en un espacio de preguntas.

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